domingo, 4 de marzo de 2012

El ocaso del macho alfa (de las letras mexicanas)

Reproduzco (sin su permiso) esta reciente nota de Antonio Ortuño aparecida en su columna de El Informador:

(http://opinion.informador.com.mx/Columnas/2012/03/04/el-ocaso-del-macho-alfa/)

El ocaso del macho alfa
Domingo, 4 Marzo 2012 por Antonio Ortuño

El mundo alucinante

Por Antonio Ortuño

La nuestra ha sido una literatura regida por machos alfa. Esos machos alfa no han escrito necesariamente los textos más valiosos de nuestras letras, pero han ejercido un notable poder simbólico sobre ellas, tal y como si lo hubieran hecho. La creación, de hecho, resulta secundaria en su trayectoria: es apenas la artimaña mediante la cual se volvieron lo que son.

Sería prudente establecer una tipología mínima: el “macho alfa” de las letras mexicas suele ser un escritor con una bibliografía tan amplia como la lista de premios, becas y cargos públicos —diplomáticos, culturales y hasta de alta administración— que ha recibido y ejercido. Suele ser, además, cabeza de una mesnada y cuenta a su alrededor con uno o varios personeros que lo respaldan, lanzan tarascadas a sus rivales y, sobre todo, presentan frecuentes ofrendas de incienso a la obra y méritos de su líder.

Hay machos alfa de poder concentrado, que directamente prescriben las acciones bélicas o encomiásticas de sus seguidores. Otros, de poder difuso, permiten con una sonrisa que sus allegados fusilen sin juicio las obras del enemigo o instauren unos juegos flores en su honor (que, se dirá, tanta falta estaban haciendo y varios ya ansiaban).

El macho alfa escribe, pero a la vez se promueve: cabildea, negocia, gestiona, “concita voluntades”. Sus amigos se le convierten en admiradores; sus admiradores, en discípulos; sus discípulos, en lacayos. Poco importa si en el camino le desaparecen los lectores, desanimados antes su resignado cultivo de lugares comunes (cuando el tiempo y la mirada se le consagran a la política literaria, es difícil esperar posturas originales: sobreviene el discurso del “común denominador”, utilísimo para pasar por prohombre digno del premio/cargo/beca de marras y lo demás es silencio).

Tengo la impresión (quizá sea sólo la esperanza) de que esta calaña va de salida. Primero, porque el país se ha vuelto ingobernable incluso en el terreno de la creación. Twitter y Facebook le permiten al desconocido la ilusión del estrellato y comienza a escasear el incondicional que hace lo que el maestro pida para que su corte lo arrope. Segundo, porque se ha roto el dique que concentraba las decisiones de la literatura mexicana en tres barrios de la Ciudad de México. Hoy día es tan fácil o difícil publicar para un habitante de los cafés de la Condesa que para el último residente de Nuevo Laredo. Como efecto del dominio de los sellos ibéricos sobre nuestro medio editorial, el camino para la publicación ya no pasa fatalmente por Coyoacán. Tercero, porque nadie con sentido común leería las obras de uno de nuestros machos alfa. Y, consecuentemente, tampoco querría escribir esos libros horripilantes, por muy premiados que resulten.