martes, 18 de noviembre de 2008

Besos que matan, besos que marcan


El vampirismo es un fenómeno cultural antiguo y prolífico cuyos relatos no dejan de actualizarse para incluir figuras, metáforas, imaginarios y representaciones que seducen, aterrorizan y fascinan a las sociedades contemporáneas. Entre las características destacables se encuentran los besos del seductor nocturno, poderosa arma de seducción masiva, de ellos hablaremos hoy

Tanto en la novela de Bram Stocker como en la misma película de Francis Ford Coppola hay una gran frase que resume bien la fascinación que ejerce la figura del vampiro en las sociedades contemporáneas: “El tiempo es mi aliado”, dice en cierto momento el Conde Drácula.

Fascinación que se ha acrecentado con el tiempo, como un virus que se ha expandido por contagio en el interés colectivo. La revisión de las distintas representaciones del “mal” a través del tiempo son testimonio de los cambios en las preocupaciones, valores y esperanzas sociales y culturales en torno a figuras claves como la sangre, la fuerza, la muerte, la seducción y la sexualidad, todas ellas presentes en la figura de un solo personaje: el vampiro. Personaje que en su actual representación cinematográfica heredada directamente del filme de Coppola ya no es un personaje maldito, sino una víctima solitaria, loco de amor, que al final solo desea la redención, cansado de la vida – y de la muerte.

Recordemos que los relatos sobre seres sobrenaturales básicamente son narraciones populares que se cuentan exprofeso para maravillar y dar miedo o esperanza. El vampiro es, tradicionalmente, una figura que representa el mal cuyo valor simbólico es el miedo a ser condenado a ser gobernado por las fuerzas elementales; la sexualidad, la seducción, la muerte en vida, la fuerza bruta y a deambular por la noche... como alma en pena. También mezcla esperanzas colectivas no siempre confesadas de forma abierta pero latentes en el relato; el deseo de la inmortalidad y el rejuvenecimiento, la belleza del personaje, su irresistible poder de seducción, la noche como 'territorio de caza', de origen noble y título respectivo, por tanto alguien con dinero y sin preocupaciones 'terrenales' (tanto en sentido metafórico como literal).

Otra característica del vampiro, del vampirismo, radica en que su mayor acto de seducción como realización, como fruto, es la succión de la sangre en el cuello. De hecho, esa es su especialidad. Para entonces la víctima se entrega sin oponer resistencia y su manifestación física inmediata es, primero, la vivencia del acto como un orgasmo. Por cierto, recordemos que los franceses le llaman también al orgasmo, de forma familiar, “la petite morte” (la pequeña muerte). La segunda manifestación física son las dos pequeñas marcas de los colmillos en el cuello, que simbólicamente representarán a la mujer como impura, ya poseída, sin redención. Metáfora de la desfloración virginal, de la primera sangre derramada en el acto de entrega ante el seductor impenitente. Especie de don Juan, conquistador eterno, carente de moral a quien no le importan los sentimientos de sus víctimas. Aquí ambas figuras se emparentan, don Juan y el vampiro, se trata de dos monstruos condenados a seguir, a continuar como 'pica-flor', abandonando a su suerte a su víctima, esa es su naturaleza. La dimensión sexual del estadio oral del vampiro es un sexo sin amor, un sexo sin culpabilidad, un sexo sin penetración, un sexo sin responsabilidad... y sin embargo profundamente preocupante para la sociedad y sus hombres.

El vehículo de esta sexualidad es la sangre, no el esperma. Ambos vehículos de vida. En la antigüedad, en la Edad Media, los pensadores escolásticos pensaban que el alma residía en la sangre. No que la sangre fuera el alma, sino que a través de ella el alma residía en el cuerpo. En la actualidad ya no pensamos que el alma se encuentre mezclada con la sangre pero, gracias a la bioquímica médica, le seguimos llamando “líquido vital”.

De ahí que los relatos de vampiros sean tan atractivos pues se trata de relatos que son a la vez profundamente morales y subversivos pues retratan la victoria del bien sobre el mal, de la religión sobre el anticristo, de la sociedad victoriana del siglo XVIII contra el mal venido del exterior, de oriente, al tiempo que nos hablan de las seductoras tretas del hombre frente a la buena mujer puritana, la sexualidad sin nombre, de la posesión simbólica y del robo del tesoro más preciado que la sociedad (masculina) ha cuidado durante tanto tiempo y que no está dispuesta a entregarselo a cualquiera, sobre todo si se trata de un moustruo seductor venido del extranjero; la virginidad femenina.

Tanto en la película de Coppola como en las modernas representaciones visuales de los valores burgueses y del romanticismo destacan el uso de los encajes, los colores negro y rojo, el terciopelo, la palidez de la piel, el retrato de la inocencia femenina, el hombre sin escrúpulos como depredador sexual y la lucha de la razón contra la bestialidad.

Pero no todos los protagonistas vampíricos son bellos y seductores. Solo los de mayor alcance e importancia. Los vampiros locales y regionales son mas bien 'feitos', muy próximos a la naturaleza y de instintos básicos. Hasta en los seres de ultratumba hay distinciones, grados y clases... y los bellos estan en la cúspide del orden social.

Las leyendas urbanas y los relatos contemporáneas sobre vampirismo están plagadas de 'primos' de menor rango, mas bien locales, atractivos solo en la medida en que sirven para causar miedo en la población local, diversión en los medios de comunicación e interés en la población general. De uno de ellos ya hemos hablado en otra ocasión anterior en este mismo blog, nuestro querido chupacabras.